martes, 19 de abril de 2011

Comités ciudadanos

El adjetivo empieza a quedar grande

No cuesta trabajo imaginar la escena. La hemos visto en alguna película, es contenido de la historia universal y se versifica en los cuentos tradicionales cuando nos narran ceremonias donde los súbditos se presentan ante los señores del reino. Pongámosle distancia; ahora nos encontramos en una de las urbes más grandes del mundo, en el presídium están los señores y las señoras, frente a ellos nosotros, miembros de los comités ciudadanos. Uno a uno, bajo un orden establecido y conforme son llamados, los coordinadores internos de los comités pasan al frente y básicamente –como si en verdad de súbditos se tratara- exponen sus peticiones previo agradecimiento cumplido por la concesión de tal oportunidad. El grupo está rodeado de asistentes administrativos y cargos menores que sin perder detalle toman nota de tales demandas.
Primero se les ha cedido la palabra a los convocantes, luego la tendrán los convocados.

La promesa se repite: serán atendidos de inmediato.

El contenido de dichas peticiones es por demás uniforme: hacen falta luminarias y por ello padecemos asaltos y violencia; queremos hacer deporte y necesitamos apoyos; cierren los bares que hacen tanto ruido y arrojan borrachos y riñas a nuestras calles; tenemos muchas carencias, no nos bastan los programas.

Ni es la primera ni será la última. Se trata de las reuniones que están llevando a cabo el jefe de gobierno y algunos secretarios del gobierno del Distrito Federal con los comités ciudadanos que entraron en funciones el día primero de diciembre del año pasado para, literalmente, “atender sus necesidades más sentidas”, las que estos mismos comités quieran exponer, no por urgentes, sino porque no se han resuelto históricamente en virtud de la omisión persistente de las instancias de gobierno responsables.

Cierto que una de las funciones de estos comités es servir de enlace entre autoridades y vecinos, pero ello no necesariamente significa recurrir a formato tan anacrónico (la imagen es vergonzosa) y privilegiar lo ceremonial sobre procesos más expeditos y modernos.

¿A qué entonces tales eventos? ¿Por qué convocan los titulares de áreas o niveles de gobierno que muy poco o nada tienen que ver con las atribuciones directas para resolver las problemáticas en cuestión?

De diciembre de 2010 a la fecha, lo mismo que el gobierno de la ciudad de México, los gobiernos delegacionales, en su mayoría, han realizado una serie de convocatorias para entrar en contacto con los comités ciudadanos.

Todas, al menos las púbicas, son reuniones similares a la anteriormente descrita. Todas adolecen de un apego formalista a rituales empalagosos y poco republicanos. Con maestros de ceremonias muchos de ellos y discursos con una retórica gastada y llena de promesas.

¿Porqué hasta ahora el gran interés por escuchar a la ciudadanía?

Los problemas siempre han estado ahí, se repiten año con año, permanecen muchas veces inamovibles y sin solución. O vuelven a surgir por la poca vigilancia y la constante indiferencia de las autoridades. Bastaría que los funcionarios se apegaran a su trabajo para incidir sobre el asunto de dichas peticiones.

Otra característica común a estas reuniones: ninguna presenta una metodología explícita para procesar la demanda o la problemática, medir la intensidad de la respuesta y su posible y esperada solución y mucho menos, para que el ciudadano pueda efectuar la vigilancia y el seguimiento a cualquier acto de gobierno o uso de recursos públicos. Ningún esquema programático se hace evidente, son tan sólo intentos por demostrar una supuesta eficiencia de funcionarios y sus áreas de competencia. Eficacia de acción que puede ponerse en marcha sin necesidad del valioso tiempo de funcionarios y ciudadanos, con sólo cumplir con las atribuciones propias del cargo y tener la voluntad, si hay que decirlo, de atender al pie de la letra las facultades y responsabilidades legales.

Lamentable también que, en un arrebato demagógico, se esté aludiendo en estas reuniones a los comités ciudadanos como “un cuarto nivel de gobierno” cuando hasta el momento ni la Ley de Participación Ciudadana del Distrito Federal y mucho menos en ningún apartado de la Constitución se adjudica dicha potestad a estas figuras de representación.

¿Qué mueve a realizar reunión tras reunión con este despliegue de recursos humanos y materiales para sólo escuchar dos minutos a cada comité? ¿Qué acaso no podrían establecerse mecanismos más prácticos y económicos? Evidentemente estas reuniones fotografían mejor que el cumplimiento discreto pero efectivo de la función de servidor público.

De aquí la afirmación acerca de por qué el adjetivo ciudadano empieza a quedar grande a los comités electos el año pasado. No somos capaces de crear nuestra propia agenda, de movernos con formas realmente ciudadanas, sin que tengan que mediar voluntarismos y pragmatismos del gobierno en turno.

No existen intentos por implantar una comunicación entre pares, gobierno y ciudadanía, una comunicación efectiva para trascender esa visión que nos da la imagen con la que empecé esta entrega. Mucho menos es la administración pública la interesada en dejar de ver al ciudadano como un menor de edad que espera la dadivosa acción del gobierno, el mismo que no logra diseñar una mejor manera de acercarse a sus gobernados que anquilosados mecanismos más propios de cuentos medievales o escenas de la historia.